domingo, 9 de septiembre de 2018

Puerto USB


La doble puerta de entrada al baño se sacudió violentamente por la embestida de las chicas, que salían espantadas del baño de la escuela.
Escondidas en uno de los baños, Agostina y Marthu no podían más de la risa.
— ¡Las grabaciones de fantasmas están buenísimas, Marthu!
— ¿Escuchaste los gritos de Flor?... No duerme por una semana.
Salieron de su escondite, seguras de que nadie estaría allí. La preceptora Sonia las estaba esperando con los brazos cruzados. Las llevó directamente a Dirección, sin mediar palabra.
Por supuesto, les bajaron créditos y soportaron un sermón más largo que una misa.
—Fue Ailén la que alcahueteó – les contó Celeste.
— ¡Esa odiosa!— dijeron a coro.
La madre de Agostina tuvo que ir a retirar el celular. “El cuerpo del delito” yacía en un cajón del despacho de la Madre Superiora. Cuando llegaron a casa tuvo que escuchar un sermón mucho más largo que el anterior.
Pasaron los días y sus compañeras, que no habían  olvidado aquel incidente, les tenían preparada una sorpresa: el cesto de papeles se movía, mientras que una voz tenebrosa les indicaba que serían abducidas por un ovni.
—Qué tontas, por lo menos hubieran disimulado la voz— dijo aburrida Marthu mirando a su amiga. Mientras las compañeras descubiertas salían de uno de los baños, Agostina vio una imagen púrpura que se reflejaba en los azulejos por sobre el ventiluz que daban al patio.
—Esto sí que es digno de aplausos— señaló Agostina —. ¿Cómo lo reflejarán? Y se dio vuelta para preguntar. Pero no había nadie.
El timbre llamaba a clase, pero las dos amigas se dedicaron a buscar desde donde se reflejaba la imagen.
— ¿Quién habrá sido? – preguntó Marthu al tiempo que subían corriendo las escaleras, pensando qué excusa inventar a la profesora.
En el segundo recreo fueron directamente al baño, tratando de encontrar la fuente de aquella imagen que se asemejaba a la Madre Superiora.
—Qué fea sensación tengo— dijo Marthu a su amiga.
—Yo también, siento como que me están vigilando— respondió Agostina.
Celeste y Luz, que las habían acompañado, sentían la misma incomodidad.
—Es por allí que la vimos— señaló Agostina, mientras un halo intermitente, como si fuera una respiración, empañaba el vidrio directamente debajo del lugar donde había aparecido la figura.
Las cuatro amigas enmudecieron.
—Sacá una foto con el celu— dijo Celeste a Agostina.
La niña capturó varias tomas. A simple vista no veía nada, pero al ampliar, la imagen aparecía nítidamente en el celular. Las niñas gritaron. Fue inevitable que apareciera la preceptora arrebatándole el celular a Agostina.
Otra vez le bajaron créditos, otra vez escuchó un sermón. Esta vez fue su padre quien debió ir a retirar el aparato.
—No vas al cumple este sábado— sentenció su padre.
— ¡Pero paaaaaaa!
     ¡Pero nada! — y la mandó a su cuarto.
Ya solo, decidió escudriñar el contenido de aquel aparato, el cual se arrepentía de haber comprado. Al tenerlo en sus manos sintió una vibración, pensó que era una llamada. Un sonido como de interferencia radial se unía a un incómodo hormigueo en sus manos. Lo soltó asustado. Ese hormigueo se sentía como una descarga eléctrica. Trató de ser racional.
 –Esto no está conectado a nada, no puede dar electricidad— dijo para sí. Esperó a que el aparato terminara de vibrar y decidió conectarlo para ver con nitidez lo que había cargado Agostina. Después de renegar buscando dónde conectarlo recordó que el  puerto USB estaba al costado del teclado.
 En la pantalla aparecía en rojo “Se ha detectado una amenaza”
— ¡Cuándo no!— dijo furioso, cliqueando para iniciar el escaneo.
La máquina tardaba más de lo habitual, reiniciando el escaneo de la unidad extraíble una y otra vez. Aburrido de esperar, se levantó para prepararse un café.
 Satisfecho al ver la pantalla indicando que el escaneo había finalizado, dejó la humeante taza de café a un lado y comenzó a revisar las carpetas del celular: sonidos tenebrosos, temas musicales sacados de alguna película de terror.
– ¡Ay, ay, ay! — Se lamentaba.
 Llegó a las imágenes. Otra vez aquella interferencia. El monitor parecía el de un televisor sin señal. El celular vibraba. Un chispazo recorrió el cable de conexión hasta penetrar al puerto USB. El padre intentó desconectar el aparato. Sintió una descarga eléctrica y se desvaneció.
Después de un largo rato, Agostina bajó las escaleras extrañada por tanto silencio. De espaldas, una monja saboreaba la taza de café que su padre había dejado a un costado. El monitor encendido dejaba verlo del otro lado de la pantalla pidiendo ayuda desesperado. La monja se dio vuelta ante el grito aterrado de la niña. El espanto de Agostina fue mayor al reconocer ese rostro que había visto sobre el ventiluz del baño.
—Reza diez Padrenuestros y tres Ave María por cada travesura que has hecho en el día niña— dijo la monja, agregando: –sabroso… ¡Hace ochenta años que no tomaba un café!
La niña recordó entonces que ese rostro era el de Sor Irene, la Madre Fundadora de su escuela. Y pensó cömo sacaría a su padre de aquella trampa.
—Prepárame otro café, niña, con alguna confitura— ordenó Sor Irene.
Agostina, temblando de miedo, se dirigió a la cocina. Allí tomó la bandeja, dispuso una taza, la azucarera y un plato cubierto con una servilleta.
—Qué delicada presentación— se alegró la monja.
Pero cuando la niña corrió la servilleta, sacó una foto con el celular de su padre que estaba escondido debajo. Sor Irene gritó siendo absorbida desde el aparato.
—Saque a mi padre de allí o no la libero— sentenció la niña.
—Si yo no salgo, tu padre tampoco.
—Teniendo la computadora encendida podré ver a mi padre. Pero si la batería del celular se agota no lo recargaré. Quedará atrapada por siempre en un aparato apagado— Agostina no estaba segura de lo que dijo, sin embargo tenía razón. Fuerzas electromagnéticas habían permitido el traspaso por el hiperespacio.
Pensando que podría llegar a quedar por siempre atrapada como en un sueño sin fin, Sor Irene decidió negociar:
—Conecta el aparato para hacer el traspaso.
—Primero mi papá— ordenó la niña.
Continuará....

















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