I
El móvil del canal 5 veía dificultada la
marcha por la gran cantidad de personas que se acercaban a la antigua casa.
La periodista Lara Cuello se abrió paso entre
los curiosos hasta llegar a la verja. Trató de comenzar su relato, pero una
interferencia dificultaba la comunicación con los estudios. Pasó más de media
hora hasta que la información pudo darse, entonces dijo:
—Estamos frente a esta antigua casa, que fue
casco de estancia cuando estas tierras eran una avanzada sobre los territorios
de los aborígenes. La vivienda ha permanecido cerrada desde hace unos diez años, tras el fallecimiento de su última
dueña. Los vecinos relatan que llantos y lamentos se oyen a toda hora. Tal es
el miedo que muchos han dejado sus hogares aterrados.
Un corte, obligado por una nueva
interferencia, permitió a la periodista encontrar más testimonios entre los vecinos. Algunos
quisieron hacerlo con la condición de que no salieran por cámara.
La doctora Perrone, cuyo domicilio linda con
la casona, pudo describir que aquellos gritos eran tan desgarradores como los
que propina una persona que ha sufrido un terrible accidente.
—Parece la guardia del hospital cuando llegan
los heridos— afirmó.
Otro vecino, un abogado de nombre Diego Álvarez, afirmó que,
si se trataba de una broma de mal gusto, demandaría a los responsables.
Una anciana, que se negó a dar su nombre,
aseguró que la casa estaba invadida por espíritus.
—Seguramente
gritan porque no pueden salir de ahí— dijo la mujer.
Retomada la comunicación la periodista relató
los dichos de la gente, al tiempo que
llegaba un móvil policial.
—Oficial, ¿qué puede decirnos de lo que sucede aquí? — preguntó
Lara Cuello.
—Llegamos con una orden del juez para
inspeccionar la vivienda. Permítanos trabajar y luego daremos información— contestó
secamente el oficial Rodríguez, que ya conocía a la periodista por su manera
inquisitiva de tratar los temas.
Cercada la vivienda e instados, periodistas y
curiosos, a guardar distancia, no les quedó más remedio que esperar.
La
noche invernal calaba los huesos. La doctora
Perrone acercó un café a la periodista, diciéndole que unos niños tenían
algo interesante para contarle, pero que temían acercarse a la casa. La
periodista, movida por la curiosidad, dejó su guardia y caminó hasta el final
de la cuadra hacia la casa de los niños.
Temerosos, Diego y Ezequiel, relataron que una familia había
violado la puerta del fondo para instalarse allí, haría unos quince días.
— ¿Por qué no se lo dijeron a la policía? —preguntó Lara Cuello.
—Es que nuestro amigo Juan fue por los
fondos, para espiar, y nunca más lo vimos — fue la respuesta del mayor.
— ¿Cómo que nunca más lo vieron?, ¿de dónde
es el chico?, ¿la familia qué hizo? —las preguntas salían a borbotones de la
boca de la periodista.
—El chico no es del barrio. Mis sobrinos me
cuentan que este pibe venía hacía unos días para estos lados, para jugar en la cancha— explicó Enrique, el tío de los niños—. Me avisaron a mí. Di testimonio a la policía,
pero cuando llegaron vieron que la casa no estaba violentada por ningún lado y
se fueron reprochándome que tenían cosas importantes que hacer.
—Así que no dijimos nada más porque no nos
creían— intervino Ezequiel.
—No entiendo — expresó Lara Cuello–. ¿La
familia estaba dentro cuando llegó la policía?
—La policía no vio a nadie y no encontró
ninguna puerta forzada– dijo Diego.
—Pero nosotros los vimos en los fondos de la casa— agregó Ezequiel –. Vimos como entraban y
cuando Juan se trepó para ver qué hacían cayó para el otro lado y no lo vimos
más.
La doctora Perrone explicó que un hombre, con
un perro rastreador, buscaba desesperadamente a su nieto. El rastro terminó en los
fondos de la vieja casona.
–El
hombre llevaba una foto del niño, del cual dijo que se llamaba Ignacio.
— Dos
días atrás una mujer llamaba puerta por puerta preguntando por una niña—
comentó el tío Enrique—.La vecina le dijo que la vio entrar a la casona.
Lara Cuello estaba decidida: entraría a ese
lugar. Esa sería su nota consagratoria. Solo debía esperar que se dispersara la
gente. No sería difícil, a lo sumo quedaría algún policía de guardia por el
frente. La doctora Perrone pareció adivinar las intenciones de la periodista.
—Tenemos una manera de llegar hasta allí sin
ser vistas— dijo, y la hizo pasar a su casa. Desde los fondos, las ligustrinas
que dividían los terrenos permitían un paso por el cerco de madera dañado por
el tiempo.
Tirando de su cabello, que quedó enmarañado
en las ramas, la periodista se detuvo a observar desde un frondoso árbol en los
fondos de aquella casona. Detrás de ella iban la doctora y el tío de aquellos
dos niños, los cuales no se atrevieron a pasar más allá del cerco de ligustrinas.
Un grito lastimero los paralizó. La
periodista quiso avanzar, pero la doctora Perrone la tomó del brazo
impidiéndoselo. Cuando se dio vuelta para zafarse asistió al más macabro
espectáculo que pudo haberse visto: los
niños, que no se habían movido del cerco, eran dos sacos de piel, desprovistos
de todo contenido. El tío, aterrado, sufrió un desmayo. Lara y la doctora
estaban petrificadas por el temor, cuando se escucha claramente que, desde
dentro, estaban echando llave al
cerrojo.
Entre tartamudeos y llantos la periodista
decide telefonear al inspector Rodríguez.
Al escuchar sus dichos, este le
aconsejó ver a un médico. Él le aseguró que había estado en el interior de la
casa y que no había visto nada extraño. La periodista rogó y el inspector accedió, pensando que debería
llevar un chaleco de fuerza y llevarla a un manicomio.
El inspector estuvo allí en unos minutos. La
coincidencia en el relato de ambas mujeres y el estupor en la mirada aterrada
del tío de los niños le hicieron suponer
que habían sufrido alguna especie de psicosis.
II
El inspector pidió calma y se encaminó hacia
los fondos de la casona. Detrás de él iba Lara Cuello que, a pesar de sus
temores, no quería perder la exclusividad de la nota. Sigilosamente se
dirigieron a la puerta. Tenía rota la faja de seguridad, puesta por el mismo
hacía unas horas. Giró el picaporte, pero la puerta estaba cerrada
con llave. Todo era oscuridad y silencio, sin embargo, se podía sentir la
calidez que salía desde dentro, como si tuvieran un hogar encendido. El
inspector Rodríguez decidió trepar por una enredadera hasta el piso superior,
desde allí, podría penetrar por una ventana rota. La periodista lo siguió,
lastimándose las manos con las ramas resecas. Ya en el balcón, penetraron por
la desvencijada ventana. Se alumbraron con la linterna del celular de Lara. La
habitación, en perfecto orden, guardaba una colección de muñecas, tan perfectas
y cuidadas que no se correspondían a una vivienda deshabitada.
— ¿Cómo puede ser?— se preguntó el inspector
Rodríguez –. Hoy no había más que telas de araña…
Lara acercó el celular para poder ver mejor
aquellas figuras: las miradas de terror
no se correspondían a las de juguetes. Tras sus espaldas, el chillido de
la vieja puerta los hizo girar aterrados.
Una
anciana, alumbrada con una vela
abría la puerta al tiempo que decía:
—Han invadido mi espacio, ya no podrán salir
de aquí.
El inspector Rodríguez hizo ademán de sacar
su arma, pero quedó paralizado, mientras que sus fluidos corporales discurrían
por sus pies, quedando su piel como un saco desvencijado. Lara estaba
inmovilizada. La anciana tomó sus manos ensangrentadas y bebió, gota a gota,
toda su sangre.
—Lo que me estaba haciendo falta— dijo la
vieja, mientras se relamía –, sangre de una mujer joven.
En
unos quince minutos la piel arrugada de
aquella vieja comenzó a resquebrajarse, al tiempo que se retorcía, como lo hace
una serpiente para despojarse de su cuero. Un nuevo cuerpo, con los rasgos de
Lara, emergió de entre las lonjas de piel añeja. Salió por la puerta del frente
y paró un taxi, pensando que, con esta nueva identidad, debería aprender a manejar.
La doctora Perrone se asomó por el frente
cuando escuchó frenar un vehículo, corrió tras él al ver subir a la periodista.
El taxi se perdió en la noche. La puerta abierta de la vieja casona dejaba ver un
costal vacío. La doctora reconoció el
cuerpo del inspector entre los restos de piel. Sus gritos de terror invadieron la
noche.
Continuará....
No hay comentarios:
Publicar un comentario