1. Viernes 13
— ¡Ferri, deme esa cámara!— la profesora
Olivera revisó una por una las fotos que Mario Ferri había sacado: Las piernas
chuecas de Lucio Gómez, los dientes desparejos de Juan Ignacio, el cráneo chato
de Alberto Lee, Sonia –la preceptora gorda— gritando en el recreo. La peor de
todas era la que le había sacado a ella: De perfil, con los pequeños lentes
como en equilibro sobre el hueso más prominente de su aguileña nariz.
— ¡Así que se divierte a costillas de los
demás!— dijo la profesora Olivera, y le sacó varias fotos. Un primer plano de
la cara, una de perfil, una de cuerpo entero; a él, el fachero del curso, por
el que todas suspiraban.
—Me quedo la cámara hasta que la vengan a
buscar sus padres.
— ¡Pero profe, es viernes!… ¿La va a tener
hasta el lunes?
—Elija, la cámara u otra nota en el libro de
disciplina. Sería la nota que lo expulsaría, ¿verdad?— Un destello de malicia
brotó de los ojos de la profesora.
Mario Ferri sabía que Olivera, la bruja de la
escalera (llamada así porque desde la escalera que llevaba al salón de actos
vigilaba todos los movimientos del recreo), no vacilaría en sancionarlo si él
insistía. Así que evitó cualquier comentario que pudiera irritarla y se resignó
a esperar hasta el lunes.
Agos y Leo no podían contener la risa. Por
ser buenos alumnos, habían sido objeto de muchas burlas por parte de Ferri.
Aunque la profesora parecía muy seria, los chicos detectaron una mirada
cómplice en ella.
La clase prosiguió normalmente, aunque Mario
Ferri solo podía pensar en que no tendría la máquina en todo el fin de semana.
Cuando el timbre sonó, la profesora guardó la cámara en su bolso.
—Ferri, la profe se lleva la cámara para
sacar fotos el fin de semana— le gritaron Pérez y Páez… y todo el curso comenzó
a reír.
Mario Ferri siguió los pasos de la profesora,
hasta que esta subió a su auto.
—Hasta el lunes, profe— le gritaron Agos y Leo,
que venían por detrás disfrutando la situación. La mirada volvió a ser cómplice
y Mario odió a los tres.
Ya en su casa, la profesora alimentó a su
aguilucho y a los cinco gatos siameses que competían por recibir sus mimos.
Luego preparó mate, al que agregó los yuyos que había traído de su último viaje
a los cerros y se dispuso a trabajar en la PC.
Conectó la máquina de Mario a un puerto y descargó las fotografías.
Comenzó así un paciente trabajo: Tomó el primer plano de Mario que ella misma
había sacado, le recortó la boca y agregó la imagen de los dientes desparejos
de Juan Ignacio. Guardó la imagen obtenida y prosiguió con la de cuerpo entero.
Las piernas largas y parejas de Mario Ferri eran recortadas y, en su lugar,
colocaba las chuecas y cortas de Lucio Gómez. Luego suprimió la zona del
abdomen, perfecto y chato por tantas horas de gimnasio y colocó en su lugar la
panza de la preceptora Sonia. Guardó su obra y prosiguió con la foto de perfil:
Recortó la nariz respingada de Mario y colocó la de su nariz. Suplantó luego el
cráneo perfecto por el chato de Alberto Lee. La profesora Olivera no pudo dejar
de reír al ver esa imagen grotesca de un cráneo oriental con una nariz digna de
Cyrano de Bergerac. El photoshop había llevado una cara perfecta y un cuerpo
atlético a un esperpento. Una risa
siniestra atravesó la noche.
Satisfecha, la profesora Olivera guardó su
trabajo en la netbook. Preparó su mochila y se dispuso a salir hacia las
sierras, debía recolectar yuyos para sus experimentos.
2. Lunes 16
Luego de demorarse con los padres de Mario
Ferri, a los que había dejado toda clase de recomendaciones por las inconductas
de su hijo, la profesora Olivera llegó al laboratorio cargada con dos bolsas
con distintos yuyos.
— ¿Viene de la verdulería, profe? –increparon Pérez y Páez, que tenían
la particularidad de expresar siempre las mismas opiniones.
—Saben ustedes que este verano estuve
revisando manuscritos muy antiguos en una biblioteca romana. Estuve todos estos
meses probando hierbas compatibles con las que allí se describían y aquí las
traje: Realizaremos pócimas medicinales milenarias para la feria de ciencias.
La clase
entera se alborotó. Todos preguntaban al mismo tiempo: “¿Para qué sirven?”, “¿Las vamos a usar de
verdad?”, “¿Me voy a poder sacar el acné con alguno de esos?”, “¿Hay alguna
para el amor?”
—Bueno, basta de preguntas. Abran las nets
que nos conectamos. A cada uno le asigné un trabajo en especial. Tienen la
especie con su nombre científico, su utilidad y cómo se prepara. Seleccionarán
la planta y prepararán las soluciones, que, por supuesto, no vamos a utilizar
con nadie. Será a modo ilustrativo y daremos una explicación de sus
aplicaciones y utilidad.
Cada uno abrió su máquina y recibió las
ilustraciones e indicaciones de la profesora. Menos Agos y Leo. Sin que
llegaran a preguntar, la profesora Olivera los llamó aparte: acérquense al
escritorio principal, allí recibirán sus indicaciones.
Los chicos no podían creer lo que veían y lo
que se les indicaba: Las fotos del
“antes” y las retocadas de Mario Ferri,
con la correspondiente indicación de las plantas requeridas para la preparación de las pócimas que transformarían
el cuerpo del más insoportable de sus compañeros. Ambos se miraron incrédulos,
luego buscaron en la mirada de la profesora una explicación. Ella respondió a
la pregunta que los chicos no se atrevieron a hacer: —Es hora de que pague por
tanta burla y desprecio… ¿No les parece?
Por la cabeza de los chicos pasaron las
imágenes de las tantas humillaciones que sufrieran desde el año anterior:
“nerd”, “traga”, “gorda”, “fea”. Decidieron entonces que ese sería su trabajo.
Pacientemente seleccionaron de entre los yuyos, molieron, maceraron, dejaron
reposar, combinaron y mantuvieron en alcohol cada una de las pócimas
específicas para cada caso. Quince días les llevó el proceso, hasta que llegó
la destilación final. Envasaron y etiquetaron cada uno de los frascos:
“Crecimiento de los dientes”, “Rectificación del cráneo”, “Modificación de la
nariz”, “Volumen del abdomen", “Modificación de miembros inferiores”. La
profesora Olivera seguía atentamente el trabajo de los chicos. Muy satisfecha
con los logros de sus discípulos, les indicó que aplicaran las dosis de manera
gradual. El cambio debería ser paulatino. Así,
el burlador sería burlado.
3. Quince días después: comienza el
“tratamiento”
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