sábado, 8 de septiembre de 2018

Adobe photoshop


1. Viernes 13
— ¡Ferri, deme esa cámara!— la profesora Olivera revisó una por una las fotos que Mario Ferri había sacado: Las piernas chuecas de Lucio Gómez, los dientes desparejos de Juan Ignacio, el cráneo chato de Alberto Lee, Sonia –la preceptora gorda— gritando en el recreo. La peor de todas era la que le había sacado a ella: De perfil, con los pequeños lentes como en equilibro sobre el hueso más prominente de su aguileña nariz.
— ¡Así que se divierte a costillas de los demás!— dijo la profesora Olivera, y le sacó varias fotos. Un primer plano de la cara, una de perfil, una de cuerpo entero; a él, el fachero del curso, por el que todas suspiraban.
—Me quedo la cámara hasta que la vengan a buscar sus padres.
— ¡Pero profe, es viernes!… ¿La va a tener hasta el lunes?
—Elija, la cámara u otra nota en el libro de disciplina. Sería la nota que lo expulsaría, ¿verdad?— Un destello de malicia brotó de los ojos de la profesora.
Mario Ferri sabía que Olivera, la bruja de la escalera (llamada así porque desde la escalera que llevaba al salón de actos vigilaba todos los movimientos del recreo), no vacilaría en sancionarlo si él insistía. Así que evitó cualquier comentario que pudiera irritarla y se resignó a esperar hasta el lunes.
Agos y Leo no podían contener la risa. Por ser buenos alumnos, habían sido objeto de muchas burlas por parte de Ferri. Aunque la profesora parecía muy seria, los chicos detectaron una mirada cómplice en ella.
La clase prosiguió normalmente, aunque Mario Ferri solo podía pensar en que no tendría la máquina en todo el fin de semana. Cuando el timbre sonó, la profesora guardó la cámara en su bolso.
—Ferri, la profe se lleva la cámara para sacar fotos el fin de semana— le gritaron Pérez y Páez… y todo el curso comenzó a reír.
Mario Ferri siguió los pasos de la profesora, hasta que esta subió a su auto.
—Hasta el lunes, profe— le gritaron Agos y Leo, que venían por detrás disfrutando la situación. La mirada volvió a ser cómplice y Mario odió a los tres.
Ya en su casa, la profesora alimentó a su aguilucho y a los cinco gatos siameses que competían por recibir sus mimos. Luego preparó mate, al que agregó los yuyos que había traído de su último viaje a los cerros y se dispuso a trabajar en la PC.  Conectó la máquina de Mario a un puerto y descargó las fotografías. Comenzó así un paciente trabajo: Tomó el primer plano de Mario que ella misma había sacado, le recortó la boca y agregó la imagen de los dientes desparejos de Juan Ignacio. Guardó la imagen obtenida y prosiguió con la de cuerpo entero. Las piernas largas y parejas de Mario Ferri eran recortadas y, en su lugar, colocaba las chuecas y cortas de Lucio Gómez. Luego suprimió la zona del abdomen, perfecto y chato por tantas horas de gimnasio y colocó en su lugar la panza de la preceptora Sonia. Guardó su obra y prosiguió con la foto de perfil: Recortó la nariz respingada de Mario y colocó la de su nariz. Suplantó luego el cráneo perfecto por el chato de Alberto Lee. La profesora Olivera no pudo dejar de reír al ver esa imagen grotesca de un cráneo oriental con una nariz digna de Cyrano de Bergerac. El photoshop había llevado una cara perfecta y un cuerpo atlético a  un esperpento. Una risa siniestra atravesó la noche.
Satisfecha, la profesora Olivera guardó su trabajo en la netbook. Preparó su mochila y se dispuso a salir hacia las sierras, debía recolectar yuyos para sus experimentos.

2. Lunes 16

Luego de demorarse con los padres de Mario Ferri, a los que había dejado toda clase de recomendaciones por las inconductas de su hijo, la profesora Olivera llegó al laboratorio cargada con dos bolsas con distintos yuyos.
— ¿Viene de la verdulería,  profe? –increparon Pérez y Páez, que tenían la particularidad de expresar siempre las mismas opiniones.
—Saben ustedes que este verano estuve revisando manuscritos muy antiguos en una biblioteca romana. Estuve todos estos meses probando hierbas compatibles con las que allí se describían y aquí las traje: Realizaremos pócimas medicinales milenarias para la feria de ciencias.
La clase  entera se alborotó. Todos preguntaban al mismo tiempo:  “¿Para qué sirven?”, “¿Las vamos a usar de verdad?”, “¿Me voy a poder sacar el acné con alguno de esos?”, “¿Hay alguna para el amor?”
—Bueno, basta de preguntas. Abran las nets que nos conectamos. A cada uno le asigné un trabajo en especial. Tienen la especie con su nombre científico, su utilidad y cómo se prepara. Seleccionarán la planta y prepararán las soluciones, que, por supuesto, no vamos a utilizar con nadie. Será a modo ilustrativo y daremos una explicación de sus aplicaciones y utilidad.
Cada uno abrió su máquina y recibió las ilustraciones e indicaciones de la profesora. Menos Agos y Leo. Sin que llegaran a preguntar, la profesora Olivera los llamó aparte: acérquense al escritorio principal, allí recibirán sus indicaciones.
Los chicos no podían creer lo que veían y lo que se les indicaba: Las fotos  del “antes” y las retocadas de Mario Ferri,  con la correspondiente indicación de las plantas requeridas para  la preparación de las pócimas que transformarían el cuerpo del más insoportable de sus compañeros. Ambos se miraron incrédulos, luego buscaron en la mirada de la profesora una explicación. Ella respondió a la pregunta que los chicos no se atrevieron a hacer: —Es hora de que pague por tanta burla y desprecio… ¿No les parece?
Por la cabeza de los chicos pasaron las imágenes de las tantas humillaciones que sufrieran desde el año anterior: “nerd”, “traga”, “gorda”, “fea”. Decidieron entonces que ese sería su trabajo. Pacientemente seleccionaron de entre los yuyos, molieron, maceraron, dejaron reposar, combinaron y mantuvieron en alcohol cada una de las pócimas específicas para cada caso. Quince días les llevó el proceso, hasta que llegó la destilación final. Envasaron y etiquetaron cada uno de los frascos: “Crecimiento de los dientes”, “Rectificación del cráneo”, “Modificación de la nariz”, “Volumen del abdomen", “Modificación de miembros inferiores”. La profesora Olivera seguía atentamente el trabajo de los chicos. Muy satisfecha con los logros de sus discípulos, les indicó que aplicaran las dosis de manera gradual. El cambio debería ser paulatino. Así,  el burlador sería burlado.

3. Quince días después: comienza el “tratamiento”

Continuará...

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