El técnico se encargó de realizar las últimas
conexiones, enroscó el excedente de
cable y lo ató prolijamente detrás de la PC.
—Listo—dijo –con este cable nuevo no vas a
tener más problemas de conexión— Acto seguido le entregó a Victoria los restos
de cable masticados por Jeremías, su cachorro de bull terrier.
—Mi bebé travieso, mejor te tengo a upa—y lo abrazó.
—Tiene tus ojos— le dijo el técnico
sonriendo.
Victoria estaba feliz. Las últimas dos
semanas se interrumpía la conexión constantemente. El técnico no terminaba de
salir, cuando ella, con Jeremías a upa, ya estaba frente a la máquina abriendo
su Firefox[1].
Sabía que debía revisar el correo en primer lugar. La profesora de historia
había enviado un trabajo práctico y Bárbara, su amiga, ya le habría enviado la
invitación virtual para su fiesta de 15.
—Lo primero es lo primero— dijo a Jeremías,
que luchaba por soltarse y abrió el Facebook[2].
Estaba lleno de notificaciones, saludos y solicitudes de amistad. Revisó y contestó
cada uno de los mensajes.
—Victoria, a comer—llamó su madre.
—Después má, no tengo hambre.
—Bajá ya, o le doy la comida al perro.
— ¡Ja, Ja! ¡Sería lo mejor, así no mastica
los cables!— Y bajó con el cachorro dormido en sus brazos.
De nuevo en su habitación, y con la promesa
de no acostarse después de la medianoche, revisó las solicitudes de amistad.
Acepto a todas, como hacía siempre.
— ¡473 amigos!— dijo y se dispuso a revisar
los nuevos perfiles. Excompañeros, chicas y chicos de otros cursos, dos de los
pibes que había conocido en la costa durante el verano y un bombonazo que no
conocía.
— ¡Qué lindo!— decía para sí, mientras
revisaba el muro de aquel morocho de grandes ojos verdes. — ¿Qué playa será
esta?— se preguntaba en voz alta mientras revisaba uno de los álbumes de ese desconocido Juan Manuel Zubizarreta. –
¡Practica surf!
Victoria se sintió perdidamente enamorada. Se
conectó con su amiga Emilia y le mandó imágenes. Su amiga le escribió que iba a
hacer una gigantografía con el rostro de ese bombón venezolano.
—¿Ya le escribiste?— preguntó Emilia.
—No sé qué poner.
—Mandale una foto de Jeremías. Él también
tiene cachorros. ¿Viste el álbum de mascotas? Es un dulce…
— ¡Genia!, lo de la foto de Jeremías está
fantástico, así no se da cuenta de que me gusta.
Con un saludo y una imagen de Jeremías
masticando el pie de una muñeca, Victoria le envió el primer mensaje a Juan
Manuel Zubizarreta. Sabiendo que por la diferencia horaria seguramente no le contestaría hasta dentro de unas horas, se fue a dormir
con la máquina encendida, esperando despertar con una respuesta de aquel chico.
La mañana la encontró saltando de la cama. La
respuesta esperada estaba allí: —Tu cachorro es precioso…, ya es parte de mi
colección.
Victoria infirió que aquel chico guardaba las
imágenes de los animales en sus álbumes y le pareció muy tierno.
—Victoria bajá que es hora de prepararte para
ir a la escuela – llamó su madre.
— ¿Jeremías bajó solo las escaleras?— preguntó
la chica a su madre.
— No lo vi. —Ambas subieron corriendo hacia
la habitación. Al mismo tiempo corrieron la mesa de la computadora pensando que
Jeremías podría estar detrás masticando los cables. Jeremías no estaba. Lo
buscaron por toda la casa. Victoria no paraba de llorar y su madre la
consolaba:
—No puede ser, la casa está totalmente
cerrada.
—Pero si lo buscamos por todos lados.
—Puede estar dormido dentro de una caja de
zapatos. Es tan pequeño— La consolaba su madre.
Buscaron y revisaron toda la casa. Hasta que
la decepción las ganó. El cachorro había desaparecido.
Habían pasado cuatro días sin novedades sobre
Jeremías. Victoria se sentó frente a su PC queriendo contar a alguien su
desconsuelo. Juan Manuel Zubizarreta
estaba conectado. Tras una larga conversación, él le dijo que podía
reencontrarse con su cachorro.
— ¿Pero cómo?— contestó ella —Si no lo encontramos por
ninguna parte.
—Tú solo tienes que conectar la
webcam y enfocarla hacia ti.
Victoria se extrañó, pero lo tomó
como un halago, pensando que aquel chico quería verla. Arregló su cabello,
colocó brillo en sus labios y corrigió
sus ojeras con maquillaje, entonces conectó la cámara. Allí estaba él, sonriente,
saludándola.
—Ese ladrido que se escucha…
¡Parece de Jeremías! —dijo Victoria, apenándose.
—Lo es— contestó aquel muchacho.
Continuará....